jueves, 13 de junio de 2013

CAP 4. VOCABULARIO BÁSICO - 1. Jergas, modismos y diccionarios


            Según parece, toda especialización profesional conlleva el uso de una jerga iniciática (slang) y el manejo de un vocabulario lo más ininteligible posible para los ajenos a la misma. Los abogados y los médicos saben mucho de eso pero desgraciadamente para ellos su slang es técnico y por lo tanto está muy lejos de la profundidad del gran problema del habitat del hombre en la tierra.

Por lo que a la dicción respecta sería muy interesante para la cultura arquitectónica de este país rastrear el origen de las poses, amaneramiento y afectación con que Rafael Moneo cautivaba (o irritaba) en sus clases a los jóvenes estudiantes de arquitectura. Yo fui entonces de los cautivados (cautivos), pero también he de decir que casi treinta años después volví a escuchar a Moneo disertar sobre arquitectura en mi ciudad y tuve que ausentarme de la sala a los diez minutos para aliviar las nauseas que semejante modo de hablar me producía. Seguramente Moneo lo aprendió de alguien que yo desconozco, pero sea como fuere, su mérito, y en consecuencia, su extraordinario éxito personal, se debe al gran perfeccionamiento teatral con que lo ejecuta. Unidas la jerga y la fama en su persona, el efecto en las almas cándidas es devastador. Quienes tienen la “suerte” de escucharle aunque no entiendan nada salen por lo común tan arrebatados (embobados) como si un gran actor o actriz de Hollywood les hubiera mirado fijamente a los ojos. Así de fascinante es el lenguaje especializado y su puesta en escena.
 
            Pero dejo el teatro y el artificio retórico nada más apuntarlo, y no por falta de interés del tema, sino por desconocimiento mío en urdir un capítulo con unos cuantos buenos datos y argumentos en torno a ello. Y lo dejo, por tanto, no sin decir que otros críticos o autores con “más mundo” deberían acometerlo. Desde la soledad del provincianismo en que vivo instalado todo lo más que puedo hacer es tratar del vocabulario arquitectónico. 

            Llegados a cierta edad o a cierto nivel de conocimiento, empezamos a comprar diccionarios. Al principio lo hacemos con un fin utilitario, conocer el significado de una nueva palabra encontrada en un texto o traducirla de otro idioma; pero más allá de la utilidad pronto empezamos a comprar diccionarios por mero afán de conocimiento, por coleccionismo de palabras y hasta por miedo a la ignorancia. La humanidad -por lo que respecta al sector llamado occidente- también llegó a esa edad en el siglo XVIII y del manejo de diccionarios útiles saltó a la elaboración de monumentales enciclopedias.

            Por lo general, los diccionarios de arquitectura no dieron paso a enciclopedias porque por medio se metieron copiosas historias que prefirieron ordenar el saber arquitectónico por siglos en lugar de hacerlo por orden alfabético. Aún así un buen diccionario enciclopédico que tiene de todo es el realizado (o dirigido) por Pevsner, Fleming y Honour en el año 1975, ed. esp Alianza, Madrid 1980. Diccionarios de términos arquitectónicos hay más. En esta región ha corrido mucho el realizado por Fatás y Borrás en 1970 para la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, editado luego por varias y distintas marcas editoriales (la mía es de Guara editorial 1980; a partir de 1988 apareció en Alianza y desde entonces saca una edición casi por año así que parece que su éxito supera con creces su calidad). No siempre los grandes diccionarios son más útiles que los pequeños, así que muy útil y manejable es el “Diccionario manual ilustrado de Arquitectura” de Ware y Beatty, ed esp en GG, Barcelona 1972, que hasta tiene un anexo de vocabulario inglés-español. El reciente “Léxico de Arte” de Rosina Lajo con dibujos de José Surroca, ed Akal 2001 no está mal y aporta un poquito de etimologías.

Los arquitectos, en tanto que autores de las arquitecturas, son más fáciles de ordenar y localizar por orden alfabético, así que no faltan diccionarios confeccionados por ese método. GG editó en español uno de origen francés realizado bajo la dirección de Robert Maillard en 1967, que según parece es parte de un diccionario universal más ambicioso de “arte y artistas”.  Además de diccionarios de términos arquitectónicos, de arquitectos  y de enciclopedias, el saber fragmentario en arquitectura está contenido en las innumerables guías de arquitectura que cada ciudad del mundo edita de tanto en tanto (¡hasta Logroño tiene una Guía de Arquitectura!).

 En mi modesta biblioteca también encuentro un “Atlas” de arquitectura de origen alemán que quiere tener de todo y en el que por tanto es imposible encontrar nada pero que da gusto ojear por lo didáctico de los dibujitos y por el aire tan serio de los textos. Lo editó en español Alianza, Madrid 1984.

Referido a la arquitectura desde 1851 a los años setenta del s XX, GG editó el “Diccionario ilustrado de la Arquitectura Contemporánea” dirigido por Gerd Hatje, formado por articulitos de una pléyade de “expertos” de todo el mundo (lo hemos citado en el capítulo sin mucho entusiasmo en el cap 2 al hablar de funcionalismo). Hace casi veinte años que no compro diccionarios por lo que el panorama editorial que acabo de ofrecer estará ya bastante anticuado, y los más recientes que he citado ni siquiera me he molestado en comprarlos.

Sólo una novedad está presente en mi librería y es el Diccionario de Arquitectura y Construcción de Ignacio Paricio, ed bisagra 1999. Organizado de un modo juguetón y vertebrado a partir de la nostalgia por la pérdida de vocabulario en los actuales profesionales de la arquitectura, es más un libro de “autor” que un diccionario, y a pesar de las simpatías que me merece por ello, también lo veo como una pieza más del boom de ventas del autor y su consecuente espiral de superficialidad, -asunto que obviamente aminora mi simpatía. Con todo, y entrando en la materia del libro en sí, dos cosas me sorprenden notablemente: una es la desconexión con el lenguaje clásico de la arquitectura, y otra, la falta de homogeneidad en el lenguaje popular. La segunda es un dato que se podía sospechar, pero la primera es un error imperdonable del autor porque el mejor modo de poner orden en el lenguaje popular es organizar con seriedad un vocabulario culto. De ese modo, por ejemplo, sería obligado decir que el verduguillo (pag 103) es la moldura de media caña, y después ya podríamos divagar tranquilamente sobre el curioso y dramático origen de esa palabra popular. Está muy bien que mencione la palabra zapata en su vieja colocación “entre el pie derecho o columna y la viga que se apoya en ellos”, pero resulta extremadamente ridículo que para nada la asocie con el capitel, ni mencione dicha palabra. Sospecho que todo ello arranca de un pánico originario a hablar en “latín” que es como Summerson llama al “Lenguaje clásico de la arquitectura”. En algún momento de la historia al lenguaje clásico se le tomó como lenguaje decorativo y como lo decorativo estaba proscrito, de ahí el terror a usarlo.

Lo que he podido comprobar hojeando uno a uno los diccionarios que he mencionado más arriba es que no sólo se ha perdido el vocabulario popular sino el mucho más canónico latín, y que a la hora de mencionar las partes de los órdenes clásicos y sus molduras no todo está tan asentado como uno se imagina. ¿Es el astrágalo una moldura en forma de bocel o es una parte concreta del capitel?¿Si el astrágalo es una parte del capitel, cómo es que aparece también en la cornisa?¿Es el astrágalo un toro puesto en la parte superior de la columna o es allí un baquetón? (f 4.01, 02 y 03) ¿y por qué nadie explica qué es el acanto, el más famoso de los motivos ornamentales cuya planta es prácticamente desconocida entre nosotros?





El Maria Moliner dice que el acanto es el cardo, pero se equivoca bastante y nos deja con la preocupación de que hay que tener precaución hasta con los buenos diccionarios. Dos profesoras de mi escuela de Arte aficionadas a las plantas me dicen con precisión donde han visto las dos únicas plantas de acanto en La Rioja. Mientras voy a verlas, echo un vistazo al estupendo “Manual de Ornamentación” de F.S. Meyer (GG México 1999) y descubro lo que va de la hoja de acanto dibujada de forma natural a la forma estilizada por griegos y romanos. 



Resuelvo con esfuerzo mi última pregunta pero desafortunadamente para las otras y para muchísimas otras más que hubiera podido hacer ni el María Moliner ni el Diccionario de la Real Academia me dan la solución: astrágalo, lo mismo es un “anillo” que una “moldura”, que una “pieza”, por lo que deduzco que ni en latín nos podemos entender. 

Las palabras son abiertas y sus límites imprecisos, pero entre unas y otras hay diferencias de concreción: “vegetal” es palabra que abarca mucho más que “árbol” y a su vez, “árbol” es mucho más amplia que “olivo”, y dentro de “olivo” aún aparecen “acebucheno”, “arbequín”, “manzanillo” y alguno más que no recuerdo. Entre muro y pared, sin embargo, la diferencia no está tan clara. Según el M. Moliner muro alude a construcción y pared al límite de un espacio. Sólo tabique aparece con un significado algo más claro: “pared delgada”, esto es, sin funciones estructurales, por lo que de tenerlas recurriríamos más bien al muro que a la pared. A veces la concreción les llega a las palabras por el “apellido”: “muro de carga”, “muro pantalla o de contención”, pero también les puede sobrevenir su sinsentido: por ejemplo, el mismo M. Moliner menciona a los “tabiques de carga”. En cálculo de estructuras se enseña que las vigas pueden ser verticales (pilares), u horizontales (jácenas), aunque en el uso común (y en el Moliner) las vigas son siempre horizontales. En uno de los diccionarios mencionados se dice que los pilares son más robustos que las columnas y de forma no necesariamente circular. En otro se vincula el uso de la palabra columna a su pertenencia a un orden clásico, así que todas esas columnas modernas cilíndricas de hormigón no merecen ese nombre. Pero la columna ática (M. Moliner) es precisamente la que se define por ser aislada y con base cuadrada (!). Uno había acudido a los diccionarios para fijar su saber y huir de la ignorancia y ya ven que pasa...

Contra la indeterminación de las palabras surge el lenguaje científico y matemático, donde más es más y menos es menos. Pues bien, el más célebre lema de la arquitectura del siglo XX dio en jugar con esas palabras enunciando que “menos es más”. En un artículo que envié a la revista Diseño Interior y que después de más de un año aún no me han publicado (“Menos es menos”) jugué a poner apellidos a estos términos a ver si así conseguía desentrañar el célebre frontispicio moderno. (Ya lo publicaré en alguna otra parte).

Eduardo Gil Bera, escritor navarro al que ya he citado varias veces, explicaba en un magnífico artículo titulado “Poesía, el lenguaje a ti debido” (rev. Archipiélago n 37) que contrariamente a lo que comúnmente se cree, “todas las lenguas sufren con el tiempo una decadencia fonética y una pérdida de su capacidad para matizar y concretar, (...) se erosionan en el sentido de una pérdida de vocabulario tendiendo a ser más abstractas, simples y pobres (...). En una lengua antigua se podían expresar, en un verbo, en una palabra, matices de subjetividad que, en una moderna, necesitarían parrafadas dilatadas, y, aún así, no alcanzarían la precisión antigua”. También dice que es la poesía la que “es, primero, autora y, luego, víctima de la progresiva simplificación del lenguaje(...); un texto no aporta ni enriquece tanto como empiedra, traba y fija de manera letal”. Veamos: columna es un pilar de sección circular dentro de un orden arquitectónico. Al mismo nivel de definición, columna es cada una de las partes en que se divide verticalmente una página impresa, la porción de líquido contenida dentro de un tubo o el bafle de un equipo de música. Pero si la poetizamos un poco, la columna o el pilar (y aquí tanto da una que otra) de una institución lo mismo es una persona, un acontecimiento o una ley.

Frente a los diccionarios de definiciones se editan con mucho éxito últimamente los de uso actual (como el reciente de Seco, Andrés y Ramos, ed Aguilar 2000) donde las palabras aparecen insertas en frases escritas o dichas por algún prócer o literato otorgándole así cierta autoridad a su utilización y significado. Otro tipo de diccionarios muy frecuente en estos tiempos de erosión del lenguaje y feroz producción editorial (y por tanto empedradora del mismo al decir de Gil Bera) es aquél en el que se pone una palabra (llámese entonces voz o entrada) y luego se hace una disertación más o menos próxima o intencionada sobre la misma. El Diccionario de las Artes de Félix de Azúa al que constantemente aludimos en este libro sería de esta condición. A años luz de su calidad, ed Celeste ha editado (Madrid 2000) “72 voces para un diccionario de Arquitectura Teórica” del tan voluntarioso como soso Joaquín Arnau. 

Hecho este pesado repaso y visto lo confusas, desconocidas, agotadas o abiertas que están las palabras tanto muertas como al uso en arte, arquitectura, construcción y decoración, recordamos que los libros de Alexander nos proponían un “lenguaje”. No era de palabras sino de “patrones”, pero inevitablemente cada uno de ellos estaba formulado en un conciso título compuesto por palabras. El vocabulario de Un Lenguaje tiene en concreto 253 de esos títulos. Muchos no nos dicen nada (Centro Sanitario, Casas alineadas, etc) pero hay unos cuantos, cuya fuerza poética es tal que, a mi juicio, se convierten en auténticamente fundacionales de un nuevo vocabulario en arquitectura. Son títulos de dos o tres palabras tales como:

Vecindad identificable
Límite de vecindades
Lugares sagrados
Acceso al agua
Ciclo vital
Traseras tranquilas
Baile en la calle
El colmado de la esquina
Posada
Transición en la entrada
Asientos escalera
Dominio de la pareja
Cocina rural
Casita de adolescentes
Escaleras exteriores
Habitación exterior
Abrirse a la calle
Lugares árbol
Banco de jardín
Tapias de jardín
Gabinetes
Lugar ventana
Círculo de asientos
Muros gruesos
Armarios entre habitaciones
Asientos empotrados
Lugar secreto
Lugar columna
Banco ante la puerta
Luz filtrada
Banco corrido
Asientos diferentes
Y algunos otros ya citados en los capítulos anteriores.
No hay en este vocabulario ni una sola palabra rara con aires de jerga y sí una infinidad de sugerencias y de ejemplos que asocian a estas palabras lugares con vida o arquitecturas felices. De un tiempo a esta parte colecciono fotografías que dan fe de cada uno de estos nuevos vocablos arquitectónicos y en algún momento he llegado a pensar que esa colección pudiera constituir la mejor de mis tesis doctorales, o si se quiere, un nuevo diccionario ilustrado de arquitectura. Pero es un trabajo muy pesado que dejo para más adelante o quizás para la jubilación.
Por mi parte, también he inventado algún vocablo nuevo como


Mesa en el centro de la cocina


Tren de asientos en un bar


Fregadero bajo la ventana
Televisor enfrente del sofá,  etc
que podría muy bien incorporar a un diccionario así.

Algunos de los vocablos de Alexander aparecen tal cual en un reciente librito titulado “Casa Collage” (ed GG 2001) de los profesores de arquitectura catalanes Monteys y Fuertes, sin citar más que de pasada y una sola vez los libros de Alexander. Se ve que el santoral y la erudición tiran mucho más en los ámbitos académicos y por eso les sale al final una “casa collage” en vez de una “casa integral”. Pero bueno, algo es algo.


El hombre busca la inmutabilidad en la palabra. Al más ambicioso de los inmutables con los que el hombre ha buscado defenderse contra el devenir, se le llamó Dios, el Verbo, o la Palabra. Severino dice que con los inmutables tratamos de defendernos del devenir (“La tendencia fundamental de nuestro tiempo”), pero el dominio y uso de la palabra ha sido siempre el arma sobre la que se ha asentado todo poder aniquilador. “La voluntad de poder está destinada a destruir la voluntad de verdad y todos los inmutables evocados por ella” (pag 58). Las mismas palabras fundadas por la voluntad de verdad son usadas por lo más hábiles en su voluntad de poder. Lo mencionaba en el arranque de este capítulo. De no distinguir entre lo uno y lo otro es fácil preferir el silencio, el olvido y la erosión del lenguaje antes que el duro trabajo de su modelado y fundición (fundación). Algunos desahuciados por esas editoriales que prefieren lo políticamente correcto aún optamos por lo segundo. Y así nos va.